29/9/22

Hiperrealismo en el Thysen

ROBERTO BERNARDI (Conejito en la esquina)

   Continuando la tradición familiar, Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza han sentido desde hace tiempo pasión por el arte y especialmente por la pintura moderna y contemporánea, que han coleccionado hasta ahora de manera muy discreta, lejos de la mirada del público. Este año, coincidiendo con el treinta aniversario del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, la pareja ha decidido abrir al público su colección en nuestro museo —de cuyo patronato forma parte Borja Thyssen. Blanca y Borja han consultado con el museo sus adquisiciones recientes, algunas de las cuales se han instalado ya en las salas: desde un espléndido bodegón cubista de María Blanchard (1918) a un lienzo de Francis Picabia de su serie transparencias (1925-1927), un autorretrato de Richard Estes en la zona cero de Nueva York (2017) o una pintura de gran formato de Julian Opie (2014). Con motivo de la retrospectiva de Alex Katz el pasado verano, Blanca y Borja adquirieron una gran tela del artista norteamericano (Vivien, 2016), que había sido seleccionada previamente para figurar en la exposición y que muy pronto se exhibirá en nuestras salas.

   Si lo habitual en los museos es exponer colecciones ya concluidas, el mecenazgo de la pareja Thyssen nos permite mostrar al público en vivo cómo se hace una colección de arte. Para ello se inicia ahora una serie de exposiciones que irán siguiendo, año por año, la formación de la colección contemporánea de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza.

   Como primera “entrega” en esta serie, presentamos, a partir del 3 de octubre, una pequeña muestra de ocho pinturas hiperrealistas.

   El movimiento artístico que en España se denomina hiperrealismo nació en los Estados Unidos en la década de 1960 como una deriva a partir del Pop Art y fue bautizado como Photorealism por el galerista Louis K. Meisel. Basado en la reproducción pictórica de originales fotográficos, el hiperrealismo nos remite al mismo tiempo a grandes precedentes en la historia del arte. Los paisajes, con frecuencia vistas panorámicas de ciudades o escenarios suburbanos, conectan con la tradición del vedutismo italiano del siglo XVIII. En la naturaleza muerta, las referencias dominantes son el bodegón holandés del siglo XVII y la pintura americana de trampantojo de finales del siglo XIX.

   La presente exposición se abre con dos vistas neoyorquinas, una más clásica (People’s Flowers, 1971) y otra más reciente (Autorretrato cerca del Oculus en el World Trade Center, 2017) del representante más icónico del hiperrealismo americano, Richard Estes (1932), al que nuestro museo dedicó una retrospectiva en 2007. Charles Bell (1935-1995) pertenece, igual que Estes, a la primera generación del movimiento. Sus naturalezas muertas evocan con nostalgia el mundo de la infancia: sus temas favoritos son los viejos juguetes de hojalata, las canicas, las máquinas expendedoras de chicles y las máquinas de pinball, como la incluida aquí (Noches tropicales, 1991).

   Miembro destacado de la segunda generación del fotorrealismo americano, Don Jacot (1949-2021) se dio a conocer en la década de 1980 con paisajes de su Chicago natal; después frecuentó, como Bell, los bodegones con juguetes vintage, para volver al final de su carrera a las vistas urbanas, como la incluida en esta muestra (La 49 con Broadway, 2019).

   Tanto Bertrand Meniel (1961) como Roberto Bernardi (1974) y Raphaella Spence (1978) pertenecen a las últimas generaciones del hiperrealismo, convertido ya en un movimiento plenamente internacional. Bertrand Meniel cultiva el paisaje urbano; Lucky Dragon (2009) representa una esquina de Chinatown en San Francisco, combinando lo pintoresco más cercano y cotidiano (el bazar chino) con un hito monumental reconocible (la Pirámide Transamérica al fondo). La especialidad de Roberto Bernardi son los bodegones, coloristas y brillantes, de objetos de cristal y golosinas (Conejito en la esquina, 2019). Los dos cuadros de Raphaella Spence escapan a los temas habituales del repertorio hiperrealista para mostrarnos la exuberante vitalidad de la naturaleza (El sendero, 2019) y el alarmante deterioro del medio ambiente (Schweppes, 2022).







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