
La primera vez que vi un Iceberg fue en el pabellón de Chile de la Expo 92 de Sevilla y desde entonces los seguí en la caja tonta, bien sea en noticias, documentales o películas. Pero saber que ahora el más grande de todos, el A23a, vuelve a moverse tras 30 años anclado en el mar de Weddell, en la Antártida, me produce escalofríos de solo pensarlo.
Y es que este Iceberg de 3.672 kilómetros cuadrados de superficie se dirige a las islas de Georgia del Sur donde temen que se estrelle allí poniendo en peligro a estas Antillas reclamadas por Argentina y con una superficie casi similar a la del A23a.
Los científicos no saben con certeza si chocará con ellas habitadas por 26 personas o seguirá surcando el océano Atlántico y sus corrientes lo arrastren a otro lugar. Es mejor que siga a la deriva hacia aguas más cálidas dado que las focas y pingüinos que habitan en las islas podrían perder su alimento básico al estar ocupadas por hielo.
Los que estudian a este Iceberg afirman que el primer desprendimiento no fue causado por el cambio climático, sino más bien por un proceso natural.